Empezar de nuevo en 2025
Última actualización el 12 de enero de 2025
Acabo de terminar la cuarta reescritura de mi tesis doctoral. Sería difícil para mí, y no muy interesante para ti, tratar de expresar lo tortuoso y a la vez constructivo que fue el proceso. La escritura académica tiene mucho de práctica artesanal, aunque cada vez menos, gracias al feudalismo gerencial que ahora domina las universidadesDavid Graeber (2020, 169) acuñó el término «feudalismo gerencial», dice que se da en procesos de redistribución de recursos, y donde nacen jerarquías creadas para pasar ese flujo de un lado a otro, dejando pequeñas cantidades en el proceso, hasta que se agote. La universidad entró en esta dinámica donde lo importante va dejando de ser el conocimiento, y se privilegia la productividad.. Hay momentos donde el tiempo se para, mientras tratas de escribir una oración que sintetiza varios libros, cuidando no tergiversar el sentido y contexto de los argumentos, revisando que la cita refiera correctamente al lugar que quieres. Lees lo que acabas de escribir y no tiene sentido, así que lo reescribes. Y cuando te das cuenta, no has comido en todo el día, afuera es de noche, la gente celebra una posada, y todavía te falta revisar tres capítulos más.
Además, he decidido que dejaré mi trabajo como Product Manager en una startup de tecnología. Los motivos no importan tanto como lo que significa para mí comenzar un año sin la beca académica, y sin trabajo. Afortunadamente, cuando tuve ambas cosas, la prudencia acudió a mí, y ahorré suficiente para tener un mes o dos de tranquilidad. Pero: ¿ahora qué? Tengo muy pocas cosas claras, son tan pocas que las puedo escribir aquí.
Sanarme
Debo a mi cuerpo y mente una compensación por los descuidos a los que lo sometí. Aquellos cuidados que sólo yo podía darle, y que le negué porque no había tiempo, porque había que priorizar, porque era la forma óptima de explotar esas 24 horas, y las siguientes, y así sucesivamente. No tengo claro cómo hacerlo. El burnout, como todos los procesos sociobiológicos, es muy difícil de definir conceptualmente, y, por tanto, de ser tratado en una serie de pasos. Lo primero sería reconocer qué cosas no «se sienten» bien ahora mismo.
La lista, de hecho, no es tan larga. Estar sentado diez horas al día, dejar de contestar mensajes a amigos o de asistir a compromisos sociales, mis hábitos de consumo respecto a la comida procesada, objetos electrónicos innecesarios, horas en YoutubeNuevamente Graeber definió un concepto adecuado para esta situación de consumo trivial de contenido: «consumismo compensatorio». Como no podemos darnos el lujo de tener una vida, los furtivos placeres consumistas son lo único que podemos permitirnos. El consumismo compensatorio consiste en el tipo de cosas que se pueden hacer para compensar el hecho de que uno no tiene una vida (Graeber 2020, 229).. La estrategia inicial es que, a cada una de esas cosas corresponda una práctica nueva: ejercicio cardiovascular y alguna práctica física, reconexión social, comprar y cocinar mejor comida, eliminar objetos y prácticas de consumo innecesarias, reducir tiempo de pantalla. Sobre todo, practicar la ética del cuidado, es decir, el principio de que cuidar a otros, como una práctica de reciprocidad, es necesario para una sanación integral. Con esto puedo corregir la estrategia: práctica física conjunta, compartir la comida, las cosas y el tiempo. Esto me lleva a la parte más relevante para este blog.
Contribuir
El trabajo que dejé cambió mi vida en muchos sentidos. Tuve una autonomía insólita con mi tiempo y mi organización. En mi posición, traté de usar esa autonomía para incrementar la autonomía de los demás. En algún punto llegamos a la horizontalidad organizacional, con sus pros y sus contras, y entendí en mi corazón (una expresión para decir que no solo lo razoné, sino que lo viví emocional y corporalmente) que es posible deshacernos de las jerarquías y trabajar en paz. Pero el contenido y el resultado de ese trabajo no servía a fines congruentes con esa política de la horizontalidad organizacional. Esto no tiene nada que ver con la startup en sí misma, sino con el paisaje económico tecno-neoliberal actual.
Me gustaría llevar mi experiencia inicial un paso más allá, hacia sus consecuencias más interesantes. Un trabajo íntegramente cooperativo, que contribuya a incrementar la disponibilidad de bienes comunes tecnológicos (código abierto) y sirva para fines congruentes con esa estructura: escalar formas de organización, de distribución, que maximicen la autonomía de las personas, que reduzcan su dependencia del salario para acceder a lo que Murray Bookchin (2022) llamó el «mínimo irreductible», es decir, el acceso a las condiciones mínimas adecuadas para vivir con dignidad. Esto último implica también repensar el trabajo, es decir, repensar la posibilidad de reducirlo al reducir la dependencia del salario para acceder a condiciones dignas de existencia.
Tal vez te suene exagerado, ingenuo, utópico. No trataré de demostrar que es posible en esta publicación, pero sí diré que creo que es posible, con lo que sé hasta hoy. Lo único que falta es articularlo de forma más sistemática, y ponerlo en práctica. Lo que me lleva al último punto.
La estrategia de pensar-actuar
Enmarcar lo que quiero hacer solo como «actuar» o como «pensar/investigar» es insuficiente. Pensar-actuar es una idea que va más allá de la secuencia pensar antes de actuar, o de actuar según una teoría, sino que tiene más posibilidades. Esto no significa que la investigación «pura» no sea útil, o que la acción definida por una teoría tampoco lo sea. Simplemente, quiero decir que la relación entre teoría y práctica tiene muchas expresiones, no solo esas dos. Veamos las primeras tres que me vienen a la mente.
Pensar como un acto
Esto es, cómo el resultado de un proceso de investigación se puede convertir en una fuerza en el mundo. Si solamente investigamos para guardar los resultados en un estante (o base de datos protegida por contraseña), o para que otras personas nos citen en investigaciones que se van a guardar en un estante, entonces eliminamos la mayor parte del valor de nuestro trabajo intelectual. Escribir en este blog, publicarlo directamente, es pensar en voz alta, es tratar de maximizar su dimensión de acto de habla (Austin 1990). Y esa dimensión crece cuando lo que escribamos tiene llamadas a la acción más claras, historias que conectan más con la sensibilidad de las personas.
En un polémico artículo de la antropóloga Nancy Scheper-Huges (1995, 420), llamado The Primacy of the Ethical: Propositions for a Militant Anthropology, propone que la escritura antropológica puede ser un lugar de resistencia, si cumple con algunas condiciones. Estas condiciones se resumen en la idea de convertirnos en «trabajadores negativos», es decir, en trabajadores al servicio de las personas, no de las universidades, del Estado, de los patrones, etcétera. Esto es similar a la idea que la antropóloga Rita Segato ha llamado «antropología por demanda», que funciona a través de la «escucha etnográfica» De acuerdo con ella (Segato 2015, 70), la escucha etnográfica es una estrategia que produce conocimiento y reflexión como respuesta a las preguntas que le son colocadas por quienes de otra forma serían sus objetos de observación. Otra forma de entenderla es que el contenido de la investigación deriva de exigencias que son demandadas y que la antropóloga va respondiendo.. O sea que, en lugar de que yo elija las preguntas de investigación según mis intereses personales, las preguntas deberían ser co-definidas, y mi trabajo es responderlas a través de la investigación.
Acción como pensamiento
Cuando estudié mi carrera universitaria, en 2015, viví de cerca la coyuntura de las protestas en México por la desaparición forzada de 43 estudiantes en Iguala, Guerrero, México. Fue una movilización amplia con diversas manifestaciones políticas, y paros en las universidades públicas del país. Yo quería contribuir al movimiento con algo más que solo asistir a marchas o participar en paros activos. Creía que de ese momentum podrían surgir organizaciones políticas más permanentes. En aquel momento entendía mi postura a través del concepto de «guerra de posiciones» de Gramsci. Creía que, como universitarios, estábamos en la mejor posición para hacer trabajo de base con capacidad de escalar. Sabía, por ejemplo, que los estudiantes de medicina repartían folletos con información sobre los 43 estudiantes con sus batas puestas, porque la bata era un símbolo de prestigio que daría legitimidad a la información. Pero suponía que un mejor uso de su tiempo sería organizar colectivos de salud integral con ayuda de otras disciplinas, no solo de salud, sino técnicas y sociales, para ir construyendo alternativas al Estado, un contrapoder surgido de colaboración interdisciplinaria más allá de una escuela. También estaba muy influido por la idea de política prefigurativa descrita por David Graeber en su texto Los nuevos anarquistas (2002, 149); la idea de que podríamos intentar experimentar un mundo distinto en el presente, no esperando una revolución o la toma del Estado, sino en la organización inmediata misma.
Pero lo único que surgió de esas ideas fue un pequeño manifiesto, con el pretencioso título de proyecto Prometeo, que presenté en un par de larguísimas asambleas organizadas en las universidades en paro. Por supuesto, la iniciativa se perdió en el mar de otras propuestas orientadas a hacer protestas performativas artísticas, o en los informes muy celebrados que contaban cuántas patrullas se habían incendiado durante los enfrentamientos. Al final, esos performances y esos actos de insurrección incendiarios tuvieron más impacto en el movimiento que una propuesta escrita.
En retrospectiva, aprendí que un proyecto como el que imaginé, lleno de problemas y complejidad, no es algo que hay que sentarse a redactar para luego tratar de convencer a los demás de la gran idea que es. De haber dedicado más tiempo a la organización-acción-experimentación y menos a la lectura y redacción, tal vez la propuesta hubiera tenido más eco. En muchas situaciones, el proceso de pensamiento consiste en la acción misma. Cuando aún no sabes bien cómo pensar, incluso definir, un problema, pero conviene entenderlo a través del acto, y no de la teoría. Como escribió el anarquista William Gillis (2020), y como los anarquistas saben desde hace mucho, la acción es a veces más clara que la palabra.
Esta es una discusión clásica en antropología, sobre la distinción de dos momentos que se asumen imposibles de combinar: el trabajo de campo y la escritura de la etnografía; o entre la observación y la participación. Sin entrar en más detalles, se han elaborado nuevas ideas que critican tanto los resultados de entender la investigación de campo siguiendo esa separación, como proponiendo nuevas metodologías para combinarlos.
Prototipar futuros posibles: pensar con (inter)acciones
La cuestión anterior me lleva a uno de los aprendizajes más recientes de mi vida profesional. Esencialmente, lo que traté de hacer con mi propuesta de Proyecto Prometeo es el clásico proceso de cascada: definir un plan detallado para luego ejecutarlo. Ahora sé que la mejor forma de ejecutar acciones concretas combinadas con conocimiento es la que, en desarrollo de software, se conoce como método ágil. Tampoco entraré en detalles sobre cómo una idea surgida de una práctica profesional se puede adaptar a ideas sociales, creo que es algo obvio cuando entiendes los fundamentos de la propuesta, que, frecuentemente, se asocia también con la metodología de pensamiento de diseño.
Solamente me queda decir que defino estas ideas con la frase «prototipar futuros posibles». Para mí, es una forma de pensar con acciones e interacciones. El conocimiento y la transformación de una situación van emergiendo simultáneamente a través de ciclos iterativos de definición y aplicación rápida de prototipos en el mundo. Una vez que has llegado a un prototipo exitoso respecto al problema que quieres resolver (y con las iteraciones lo has definido mejor, es decir, tienes una teoría sobre el problema), te enfrentas a nuevos retos, «problemas felices»: cómo escalarlo, cómo adaptarlo a otros contextos, cómo optimizarlo, entre otros. Y así sigues, ideando, implementando, probando y documentando como un proceso de pensar a través de la acción.
Mi plan para el blog
Hacia allá es donde pretendo ir los siguientes cinco años. En un viaje paulatino, con la paciencia que requiere una visión como esta. Este blog será la principal fuente de documentación de todos esos esfuerzos, proyectos y prototipos. En los siguientes días y semanas, ahora sí, iré profundizando en las cosas que aquí dejé sueltas, y en muchas cosas más. En principio, el siguiente post será sobre una definición de los problemas principales en los que me enfocaré. Hasta entonces 👋.