Trabajo y subsistencia
Última actualización el 11 de marzo de 2025
Desde inicios de 2025 estoy desempleado, y me pregunto: ¿qué pasa si no quiero buscar empleo?, ¿para qué lo necesito?, ¿tengo alternativa? Las preguntas podrían sonar extrañas. Las respuestas a esas preguntas parecerían ser obvias: sin empleo no tendrás dinero, sin dinero no podrás acceder a las cosas necesarias para vivir, si quieres alternativas al empleo puedes invertir, emprender, ganar la lotería, buscar una herencia, delinquir (es decir, ocuparte en cualquier actividad ilegal cuyo propósito sea obtener dinero).
Además, no querer trabajar siempre suena a herejía, en una sociedad donde el valor personal y la productividad se han igualado a lo largo de, por lo menos, dos siglos de capitalismo colonialista.
Nací y crecí en un municipio obrero en el Estado de México. La mayor parte de mi vida la dediqué a estudiar o ser un empleado. Entre los 12 y los 17 años, fui chalán de microbúsEn la zona conurbada de la ciudad de México, era común que en los camiones de transporte público, hubiera jóvenes varones que iban gritando los lugares que recorría cada ruta y ayudaran al chofer a cobrar el pasaje. Mi papá manejó un microbús durante varios años., trabajé aplanando calles para su pavimentación, como ayudante en un puesto de tacos, y luego en una taquería; en tres ocasiones, me pagaron por tocar la guitarra con alguna banda de rock, en fiestas o por ganar un concurso local. Con la preparatoria, trabajé como «auditor de calidad» en un centro de distribución de Walmart. Tras la universidad fui vendedor, cortador de notas de periódico en una empresa de monitoreo de medios, community manager, encuestador, documentalista de video para una fundación corporativa, analista de evaluaciones de desempeño, redactor de redes sociales para relaciones públicas, diseñador web freelance, Product Manager en una startup y becario de posgrado.
No conozco una vida que no dependa del dinero para poder vivirse. En la vida que conozco, pocas cosas pueden obtenerse sin dinero. Cada vez más la salud, la vivienda, la comida, el aseo y la higiene, la escuela son todas cosas que se han ido convirtiendo en mercancíasClaro que usamos servicios públicos, con más o menos frecuencia, en función de su mayor o menor eficiencia o disponibilidad: el Seguro Social para ir al médico familiar, INFONAVIT para acceder a una casa que mi mamá todavía debe, y sobre todo, la educación pública (sin la UNAM seguramente no habría estudiado una carrera). Pero, en general, y cada vez más, vivir significa pagar., es decir, se fueron introduciendo a un mercado.
Por supuesto, mi sentido común siempre me orientó a pensar que así siempre han sido las cosas, «hay que trabajar para vivir». Todo cuesta dinero, nada es gratis. Pero eso es un engaño. Este estado de cosas «natural» es resultado de una historia específica, de un proceso político, de una serie de relaciones muy complejas que se extienden por todo el planeta y llevan varios siglos formándose.
Lo que me enseñó la subsistencia de pueblos mayas peninsulares
Que las relaciones económicas no son cosas naturales es algo que se lee en toda la sociología crítica, desde hace mucho tiempo. Pero no lo comprendí hasta que hice trabajo de campo antropológico en Yucatán, donde pude observar con más detalle cómo es que, desde hace siglos (aunque cada vez menos) la mayoría de las cosas que las personas necesitan para vivir no requieren dineroIncluso a pesar de los siglos de explotación y servidumbre (ver Bracamonte y Sosa 2019) que los pueblos mayas peninsulares han soportado: desde los encomenderos españoles en la colonia, los hacendados yucatecos, los ejidatarios mexicanos, hasta los empresarios turísticos e inmobiliarios extranjeros, nacionales y locales.. Con altibajos, y hasta la reforma al artículo 27 de la Constitución Mexicana, hecha por el ex-presidente Salinas de Gortari en 1992, las tierras comunes permitieron a muchos pobladores de Yucatán acceder a tierras para sus casas y obtener gratuitamente a los materiales para construirlas, para hacer su ropa, producir y cocinar su alimento, gestionar su salud, no solo cada quien en su casa, en privado, sino entre todo el pueblo, que es una comunidad de apoyo mutuoClaro que podían, y muchos lo hicieron, emplearse y entrar al régimen del salario, hacer sus casas con materiales industriales. Pero el punto es que, al menos, tenían alternativa. El trabajo asalariado es más visto como un complemento que como una necesidad. Thomas Højrup (2017) llama a esta situación «modo de vida 1».. El siguiente fragmento viene de una conversación que tuve en 2022 con doña A., quien nació en 1955 en un pueblo cercano a Mérida. Durante la conversación me platicó sus pensamientos sobre el mundo de su infancia, ubicado entre los años sesenta y setenta:
Mira, sí somos humildes, es la palabra. Pero somos ricos porque no tenemos mala vida: de la milpa viene el maíz, viene la calabaza, vienen los ibes [frijol blanco], viene el espelón [frijol negro, del maya x’pelon], en el terreno viene la jícama, vienen los tomates, viene el chile dulce, chile xcatic, hay china, hay mandarina, hay chinalima, hay ciruela, hay cochino del país, hay pavos, hay gallinas ¿Qué más riqueza quieres? ¿Quieres comer un pavo para Navidad? Mi mamá temprano ya mató un pavo, ya nos hizo panuchitos con nuestro café. Ya cenamos. Al día siguiente lo que sobró lo volvemos a cenar. Mi mamá hace sopa […]
¿Quieren comer cochino? Se mata el cochino. Allá abajo de las matas de ciruela hay un cochino. Cuatro meses el cochino ya está listo. Tenemos chicharra, tenemos manteca, tenemos morcilla. Hay para comer, hay para vender un poco también. Digo, esa época todo tienes en tu casa. Hay ciruela de todas clases, hay campechana, hay [ciruela yucateca], hay mandarina, hay chinalima, hay limón dulce, china, ahí están las matas enfiladas, naranja, tamarindo, zaramuyo. Le digo, mi casa estaba rodeado de matas. Nunca vi que se cayó una mata encima de mi casa. [con las manos va señalando los lugares donde se ordenaban los árboles que va enumerando] En la mera entrada había un zaramuyo, dos zaramuyos. Allí había otro zaramuyo y un tamarindo. Atrás había matotas de naranja. Todas rodearon mi casa de matas. Nunca se cayó nada (entrevista con doña A. 2022).
Para interpretar este ejemplo debemos ir mucho más allá de las ideas simplistas de tradición versus modernidad, o de ruralidad versus urbanidad. Todo lo que doña A. cita implica trabajo, pero no se trata de la misma clase de actividad de las que yo he realizado toda mi vida. De igual manera, no todo eso viene de tierras colectivas, sino que se combinan varias formas de propiedad, con varias formas de relaciones sociales y varias formas de trabajoEso sucede, de manera similar, con la construcción de casas de bajareque (Sánchez Suárez 2018), con la confección de ropa o utensilios o con las tecnologías culinarias.. Las ideas mayas sobre la propiedad son diferentes de las ideas jurídicas dominantes y operativas en México. Pero, para simplificar, podríamos decir que el huerto de la casa y los animales del patio son una forma de propiedad privada. La milpa es una especie de propiedad familiar y, de base colectiva. El monte (donde viene la leña para cocinar, la madera y la palma para construir casas, los animales de caza, las hierbas para curar) es un espacio «libre». A esto se suman prácticas de apoyo mutuo como los días de trabajo comunitario no remunerado, la solidaridad vecinal (muchas personas viven en casas construidas por sus vecinos), los liderazgos comunitarios mediadores de conflictos.
La subsistencia sin dinero es menos opresiva
Existen muchos problemas con el hecho de que todo esté en un mercado. El más importante respecto a lo que estamos conversando es que, en las sociedades ampliamente mercantilizadas, la desigualdad es necesariamente más opresiva.
En una sociedad donde la subsistencia depende totalmente del dinero, las personas que más lo tienen pueden fácilmente convertir su riqueza en poder sobre los demás. En un poder permanente.
Los abolicionistas del trabajo como Bob Black (1991) argumentan que el trabajo asalariado es la principal fuente de sufrimiento humano; algo que también sería apoyado, al menos parcialmente, por los estudios de psicopatología del trabajo (Dejours 2015, 1; también desde la filosofía continental, Han 2022). Es muy posible que un porcentaje significativo de los trabajos asalariados sean, de hecho, completamente innecesarios (Graeber 2020, 7–10).
En las sociedades donde las personas no mueren de hambre o se quedan sin techo al no tener trabajo, la desigualdad económica es mucho menos opresiva. Uno tiene más capacidad de ejercer su autonomía, de resistir la arbitrariedad de los más ricos. Por lo tanto, esta es mi pregunta: ¿cómo aumentamos la autonomía de las personas por la vía de su subsistencia? La pregunta implica a su vez la de ¿cómo disminuimos nuestra dependencia del salario para la subsistencia? Iré explorando diversas alternativas en las siguientes publicaciones.