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Separar mi trabajo de mis proyectos prefigurativos

Última actualización el 11 de abril de 2025

Como escribí antes sobre mi relación con el trabajo, siempre ha formado parte importante de mi vida. Aunque no me considero un activista en lo absoluto, la idea de prototipar utopías sí me parece una forma de cultivar la imaginación política, lo cual implica ir más allá del capitalismo y al Estado. Me gusta pensar que es una forma de lucha.

Mientras más reflexiono sobre cómo combinar mis ideas, planes o acciones sobre el mundo con mis medios de subsistencia, más me presiono y me decepciono. Esto es obvio, superar al capitalismo y al Estado es necesariamente contradecirlos, pero buscar la mejor forma de ingreso monetario posible, en mi contexto actual, implica jugar en el sistema, o a pesar de él. Y aunque esta obvia contradicción es algo que muchos dan por hecho, yo no, porque la idea de que el trabajo es valioso y debería tener un propósito ha sido parte importante de mi vida. Me cuesta trabajo deshacerme de ella, y todo lo que he hecho al crecer es aprender a subsistir por medio del trabajo asalariado.

Creo que la mejor estrategia que puedo seguir en el corto plazo es hacer una separación estricta entre mi trabajo y mis planes personales de lucha.

Esta separación implica, hasta donde intuyo, una especie de doble vida, o doble trabajo. El primero es para asegurar cierta «independencia financiera» para poder trabajar en lo segundo. Por ahora me parece la postura más viable.

Siento que no estoy listo, y mis ahorros se agotan. Me falta mucho para entender mejor por qué siento y creo lo que estoy escribiendo, así que enlistaré aquí algunas ideas desordenadas para tratar de entenderme.

La historia de Eric

En su libro sobre los trabajos de mierda, David Graeber (2020, 3, pp. 75-83) ilustra con la historia de Eric cómo es que las personas con un contexto de clase trabajadora valoran, justamente, el trabajo. Esto es, tu capacidad de hacer cosas es algo que puede hacerte sentir orgullosa(o).

Eric es el primero de su familia que se graduó, en Inglaterra, y esperaba que su primer trabajo tuviera esa cualidad de propósito. Con una licenciatura en historia, los programas de vinculación laboral lo llevaron a obtener el puesto de «administrador de la interfaz» de un software para uso interno en una empresa de diseño. En poco tiempo, se dio cuenta de que no solo su trabajo era innecesario, sino que era una farsa cuyo origen estaba en que los directores no confiaban unos en otros, y no tenían interés en usar el programa, pero tampoco en eliminarlo de la empresa. Con el tiempo, Eric comenzó a deprimirse, frustrarse e intentó renunciar, sin éxito. Eso lo llevó a rebelarse con actos cada vez más grandes. Desde llegar tarde, trabajar con aspecto desaliñado, hasta beber alcohol a la hora de la comida y hacer viajes de trabajo inexistentes. No solo no pudo renunciar, sino que recibió varios aumentos de sueldo. Al final fue sustituido por un becario de informática.

Graeber escribió:

Lo más increíble de esta historia es que muchos considerarían el empleo de Eric como un trabajo de ensueño: le pagaban mucho dinero por no hacer nada, apenas tenía supervisión, se le respetaba y se le concedían mil y una oportunidades para arreglar el sistema a su favor. Y, sin embargo, poco a poco le fue destruyendo (Graeber 2020, 77).

La explicación que ofrece es el punto al que quiero llegar:

En mi opinión, esta es ante todo una historia de clases sociales. Eric era un joven de clase trabajadora —hijo de obreros de fábrica, nada menos— recién salido de la universidad y lleno de expectativas que se topó de la forma más abrupta posible con el «mundo real».

[…]

Al proceder de un entorno familiar en el que la mayoría de sus parientes estaban orgullosos de poder fabricar, mantener y arreglar cosas, o al menos estaban convencidos de que esa es la clase de cosas de las que uno debería enorgullecerse, Eric había supuesto que ir a la universidad y ascender al mundo profesional significaría poder hacer lo mismo a una escala mayor y más significativa, pero en vez de eso acabó contratado precisamente por lo que no era capaz de hacer (Graeber 2020, 77).

Y finalmente, el análisis con el que contrasta:

Para poder entender lo que realmente estaba pasando, imaginemos a un segundo graduado en historia —llamémosle anti-Eric—, un joven con un entorno familiar de profesionales con educación superior al que se coloca en la misma situación. ¿Cómo se hubiese comportado? Pues lo más probable es que le hubiese seguido el juego a la farsa. En lugar de utilizar viajes de negocios falsos para practicar formas de autodestrucción, anti-Eric los hubiese usado para acumular un capital social, una serie de contactos que tarde o temprano le permitiesen poder aspirar a cosas mejores. Hubiera considerado ese trabajo como trampolín hacia otro trabajo, y ese mismo proyecto de desarrollo profesional le hubiera proporcionado un objetivo vital. El problema es que estas actitudes y disposiciones no surgen de forma natural. Los niños de entornos profesionales aprenden desde muy pequeños a pensar de esa forma. Eric, que no había sido entrenado para actuar y pensar así, no fue capaz de hacerlo, y, durante un tiempo, acabó de okupa cultivando tomates (Graeber 2020, 78).

Cuando leí la historia de Eric algo en la explicación de Graeber tuvo sentido para mí. Yo también soy hijo de obreros, uno de los primeros en terminar una carrera, y el único en mi familia cercana con un doctorado. Incluso creo que podría ser un emprendedor competente, si la mentalidad capitalista no me pareciera un fiasco. Aprendí, muy lentamente y con cierto dolor, a jugar el juego clasemediero aspiracionista de las redes de contacto, de comportarse bien en un trabajo, pero en el fondo vivo en una contradicción.

La teoría de Højrup sobre los modos de vida

El antropólogo Thomas Højrup (2017) también elaboró una teoría que puede explicar cómo es que el trabajo se entiende de distintas maneras según el modo de vida donde se le mire. El concepto de modo de vida tiene una inspiración fuertemente marxista que implica una jerarquía de tres conceptos: (1) Formación social, (2) Modo de producción y (3) Modo de vida.

Una formación social necesariamente consiste en varios modos de producción y cada uno de ellos tiene sus correspondientes conjuntos de modo de vida. Los modos de vida se componen de dos cosas: (1) una praxis o práctica donde las personas, en sus acciones, reproducen sus condiciones de existencia a partir del modo de producción al que pertenecen, y (2) un mundo conceptual específico que está ligado a esa praxis. Un mundo conceptual es para cada modo de vida un conjunto de ideas sobre el mundo y su funcionamiento, cuya característica principal es que son ideas provenientes del modo de vida y que dotan a un mismo término o concepto de significados muy diferentes respecto a otro modo de vida.

Así, la palabra trabajo es entendida de formas totalmente distintas para un miembro de una familia campesina productora independiente (donde es visto como una serie de actividades a lo largo del día), que para un obrero asalariado (donde se entiende como lo opuesto de «tiempo libre»), que para un administrador profesional o una científica (donde es visto como lo opuesto a la «labor manual», como algo con propósito), etcétera. Puesto que las prácticas de cada uno continuamente reproducen sus condiciones de existencia, el significado que le otorgan es aquel que tiene más sentido en su contexto, y es diferente incluso si están en el mismo modo de producción (como podría ser en el caso del obrero y el administrador), pero es más diferente si están en modos de producción diferentes que coexisten en el mismo espacio macropolítico (el Estado), por ejemplo, entre una unidad familiar indígena y un empresario nacional, ambos ubicados dentro de México.

Yo crecí en un contexto del tipo 2, el trabajo se entiende como lo opuesto al tiempo libre. Pero al haber estudiado hasta el doctorado y, con el tiempo, haber adquirido trabajos orientados al capitalismo cognitivo, mi visión tendió al modo 3. Y esa contradicción sigue presente.

El falso dilema del hermitaño

O la idea de que irse a vivir al monte es lo mejor. O, más específicamente, de que el único modo de vida alternativo al capitalismo y al estatalismo es la autarquía a nivel doméstico o comunitario de pequeña escala, en el campo (un contexto rural). Desde el anarco-primitivismo hasta personas jipis que he conocido, muchos sostienen una idea de escapar, o, cuando menos, no participar del sistema. Si te quedas en la ciudad, te estás sometiendo invariablemente. Me niego a aceptar esto como la única posibilidad. Es más, creo que es una perspectiva escapista en un sentido egoísta, que evita la lucha contra estructuras opresivas y que es falaz en el fondo.

Una versión suave de este dilema es la idea de una vida más simple, que, muchas veces implica cosas como «degradación profesional», es decir, aceptar trabajos menos remunerados, para los que uno está sobrecalificado, pero que implican menos explotación subjetiva. Es una suerte de «vivir con menos». Esta idea es más llamativa en sociedades como la estadounidense. Cal Newport la describe mejor que yo en un artículo que publicó en el New Yorker, llamado ¿Por qué tantos trabajadores del conocimiento están renunciando?En inglés: Why are so many Knowledge Workers Quitting?. Ver Newport, Cal (16/ago/2021). Recuperado de: https://www.newyorker.com/culture/office-space/why-are-so-many-knowledge-workers-quitting el 10/abr/2025.

Por supuesto, el Dr. Newport no hace análisis de la estructura del sistema, y su mirada es más individualista. En mi estancia en Mérida he conocido a muchos extranjeros que llegaron para «mejorar su calidad de vida». No se puede meter en la misma categoría a todos ellos, pues van desde jipis que quieren vivir en un pueblo, dar clases de Yoga y conocer la homeopatía maya; profesionistas retirados con buenas pensiones, y nómadas digitales o freelancers, solamente interesados por estancias a mediano plazo, cafés con internet y viajes a la playa. Además, su situación no es muy diferente que la de mexicanos de clases más acomodadas que se reubican en zonas diferentes en una ciudad, o en otras ciudades más baratas, con pensiones o trabajos remotos. Yo mismo me encontraba dentro de este grupo cuando tenía trabajo y una beca de posgrado.

En esa posición, mi problema era que no tenía tiempo. Mi esperanza era terminar el doctorado y dedicar mucho de ese tiempo a participar en iniciativas locales de activismo o proyectos prefigurativos. Cuando comencé el doctorado, creí que esa era la forma de conectar con Yucatán, pero, como ya escribí, pronto me decepcioné de la academia, y entendí que es otra forma de explotación.

Se suele reducir el problema que genera esta migración a la idea de gentrificación, pero, de hecho, es mucho más profundo que eso. Es un tema que da para una discusión más larga. Por ahora solo diré que (1) La solución no puede individualizarse, o sea, no es que nadie viaje y cada quien se quede en su casa, y (2) Además de las condiciones sistémicas de la gentrificación, la devastación ecológica, el capitalismo inmobiliario o la acumulación por desposesión, entre otros fenómenos, el problema para quienes nos ven llegar, como migrantes más privilegiados, es que no nos comportamos con suficiente empatía, curiosidad crítica, ni solidaridad.

La trampa de ganar para donar

Cuando descubrí la idea de ganar para donar, por un momento, pareció convencerme mientras leía sobre el altruismo efectivo, un movimiento que recién conocí con algunas ideas que me parecen interesantes. En principio, se trataría de un movimiento que aspira a investigar «racionalmente» las mejores formas de ayudar a otros, y ponerlas en práctica. Ganar para donar implicaría que (1) Una persona acepta donar todo lo que pueda a una causa altruista, y (2) Mientras más gana, más puede donar. Por tanto, estaría moralmente justificada la ambición de enriquecerse. Esta extraña lógica moral también es estudiada por Graeber en el libro ya citado (Graeber 2020, 7, pp. 230-239), donde expone cómo la cultura estadounidense ha naturalizado la idea de que primero «hay que tener éxito» (dedicarse al «valor») y después dar (dedicarse a los «valores»).

Por supuesto, al movimiento se le acusa, con razón, de ser una ideología caritativa de la clase burguesa, acrítica del capitalismo y otras estructuras de explotación u opresión. Aunque en principio la idea de que, quienes más ganen, donen, me parece que tiene un cierto potencialPor ejemplo, una iniciativa tipo Digital Nomad Solidarity Network, que permita a los viajeros de ingresos altos donar una cantidad mensual a proyectos autogestionados comunitariamente, no a ONG ni AC, sino con mecanismos de «transferencia directa», tal vez como Give Directly. mientras permanezcan en un lugar. Aunque fracasara, tal iniciativa arrojaría información interesante sobre las relaciones de movilidad internacional de los capitalistas cognitivos., tiene el evidente y enorme peligro de ser solamente un mecanismo limpia-conciencia para justificar la ambición individual.

La trampa liberal de las ONG

Estas ideas me llevan a la crítica misma de las ONG, A.C. y otras organizaciones formales no revolucionarias o no rebeldes. Este tipo de organizaciones suelen ser opciones para las personas que quieren dedicarse profesionalmente a «hacer un bien en el mundo». En el pasado, yo quería formar parte de eso, y creía que dedicar mi vida profesional a alguna de ellas sería algo digno.

Tampoco se puede meter en el mismo saco a todas las ONG, y algunas responden a estratégias de un programa más grande de transformación estructural. Pero la mayoría, y sobre todo las más grandes, que tienen los «mejores» trabajos, tienen también muy fuertes componentes liberales o socialdemócratas que las hacen inútiles, incluso dañinas, para la lucha contra las estructuras sitémicas de opresión y desigualdad, pues en la práctica son instrumentos de reproducción de esas estructuras.

Lo que antes era deseable para mí, ahora me parece, como mínimo, otro mecanismo limpia-conciencia, y, pensando mal, una forma hipócrita o alienada de crear una clase de personas necesitadas para otra clase de personas ayudadoras que se necesitan mutuamente en una relación desigual de poder.

La disonancia cognitiva al buscar trabajo

La extraña disonancia cognitiva que tengo cuando busco trabajo y se espera que actúe, en un sentido performativo, como un emprendedor, mientras que mis propios valores me empujan a ser honesto, es decir, crítico. Lo que me deja actuando de manera tibia, ambigua y poco clara.

Esta contradicción personal no produce nada bueno, y nunca lo ha hecho en todos los años que he vivido con ella.

Algo parecido a una conclusión

Hasta este punto, tal vez sea más claro mi dilema. Me interesa la posibilidad de un mundo alternativo al capitalismo y al Estado, pero me niego a que eso implique volverme jipi o regresar a un mítico (nada realista) modo de cazador-recolector; igualmente me niego a participar en formas institucionales o ideológicas que solo sirven para reproducir la lógica moral de la desigualdad y la opresión. Por tanto, lo más lógico para mí es separar las ideas de ingreso monetario (asalariado o de otro tipo) y de propósito (pensamiento y práctica prefigurativas).

Graeber, David. 2020. Bullshit jobs: ¿qué sentido tiene tu trabajo para la sociedad? Traducido por Iván Barbeitos García. Primer edición impresa en México. Ciudad de México: Ariel.
Højrup, Thomas. 2017. State, Culture and Life-Modes: The Foundations of Life-Mode Analysis.